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De la digitalización de la cultura a la cultura digital




Asociado al término «cultura» se vincula un nutrido número de definiciones de todo tipo que se han ido generando a lo largo de la historia y desde múltiples disciplinas, definiciones que se agrupan en dos concepciones básicas: la humanista (que considera la cultura como aquello que hace referencia a todo tipo de producciones culturales, como la escritura, la música, las artes visuales o las escénicas) y la concepción antropológica (que entendería la cultura como toda manifestación humana, producto de una forma determinada de vivir, sentir y obrar). Actualmente, estas dos concepciones básicas, y sus múltiples variantes y derivaciones, conviven a diario en las discusiones teóricas y prácticas de todo tipo, y generan no pocas confusiones, controversias y conflictos que operan en los planes estratégicos de la cultura, los programas de ayudas y subvenciones de los estados, los planes de actividades de los centros culturales o de las instituciones artísticas, los festivales de cualquier tipo etc. «Cultura» es un término difícil de contener, recluir o acotar, dado que pretende abarcar la totalidad de lo real, en ese frustrado intento de llegar a materializar una cultura universal que lo englobe todo. 

Si entendemos, pues, que la cultura es un proceso de producción e intercambio de significaciones, es decir, un proceso de apropiación, negociación y confrontación de estas, más que un conjunto fijo de prácticas e interpretaciones, resulta apropiado pensar en la cultura como en un proceso dinámico y no como en una esencia inamovible que se debe defender. 

La cultura, entendida como sistema dinámico formado por flujos de informaciones, personas y productos, adopta formas diferentes que responden a modelo Instalados en este dinamismo inherente de la cultura, el concepto «cultura digital» resulta incómodo, al adjetivar, restringiendo y acotando, algo tan libre y abierto como aquello que entendemos por cultura. ¿Es lo digital algo que pueda conferir a la cultura un conjunto de características diferenciales específicas? ¿Merece la cultura digital ser segregada del resto de las adjetivaciones sobre la cultura? ¿Y necesita la cultura realmente un tratamiento específico en función de los substratos materiales que la sustentan? ¿O hay en lo digital una «forma de hacer», una especie de esencia específica que confiere nuevas propiedades a la cultura? 
¿Qué es entonces la cultura digital? Y aún más, en un contexto en el cual lo digital penetra en buena parte de los ámbitos de actuación de lo humano, y en donde se funden las fronteras entre digitalización de la cultura y la cultura digital, ¿tiene sentido estudiar la parte sin contemplar el todo? Ciertamente, desde su entrada en escena, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) han ido despertando «tecnofilias» y «tecnofobias», utopías y distopías de todo tipo. Si escarbamos en la larga historia de la humanidad, podemos encontrarnos, por un lado, con los defensores a ultranza de los beneficios inherentes que aportan las nuevas tecnologías del momento, que serían el motor de cambio de muchas de las bases de nuestra cultura, y que expresan de esta manera un nuevo paradigma en gestación. Por otro lado, están las críticas respecto a los supuestos beneficios de las TIC que vierten los detractores de las innovaciones tecnológicas como agentes de cambio estructural. Para ellos, estas no tendrían nada nuevo que aportar a lo que ya existe de forma consolidada en la cultura y la sociedad.

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