Si entendemos, pues, que la cultura es un proceso de producción e intercambio de significaciones, es decir, un proceso de
apropiación, negociación y confrontación de estas, más que un
conjunto fijo de prácticas e interpretaciones, resulta apropiado
pensar en la cultura como en un proceso dinámico y no como en
una esencia inamovible que se debe defender.
La cultura, entendida como sistema dinámico formado por flujos de informaciones,
personas y productos, adopta formas diferentes que responden
a modelo Instalados en este dinamismo inherente de la cultura, el concepto «cultura digital» resulta incómodo, al adjetivar, restringiendo
y acotando, algo tan libre y abierto como aquello que entendemos
por cultura. ¿Es lo digital algo que pueda conferir a la cultura un
conjunto de características diferenciales específicas? ¿Merece la
cultura digital ser segregada del resto de las adjetivaciones sobre la
cultura? ¿Y necesita la cultura realmente un tratamiento específico
en función de los substratos materiales que la sustentan? ¿O
hay en lo digital una «forma de hacer», una especie de esencia
específica que confiere nuevas propiedades a la cultura?
¿Qué es
entonces la cultura digital? Y aún más, en un contexto en el cual
lo digital penetra en buena parte de los ámbitos de actuación de
lo humano, y en donde se funden las fronteras entre digitalización
de la cultura y la cultura digital, ¿tiene sentido estudiar la parte
sin contemplar el todo?
Ciertamente, desde su entrada en escena, las tecnologías
de la información y la comunicación (TIC) han ido despertando
«tecnofilias» y «tecnofobias», utopías y distopías de todo tipo.
Si escarbamos en la larga historia de la humanidad, podemos
encontrarnos, por un lado, con los defensores a ultranza de los
beneficios inherentes que aportan las nuevas tecnologías del momento, que serían el motor de cambio de muchas de las bases
de nuestra cultura, y que expresan de esta manera un nuevo
paradigma en gestación. Por otro lado, están las críticas respecto
a los supuestos beneficios de las TIC que vierten los detractores de
las innovaciones tecnológicas como agentes de cambio estructural.
Para ellos, estas no tendrían nada nuevo que aportar a lo que ya
existe de forma consolidada en la cultura y la sociedad.
Dossier completo en : De la digitalización de la cultura a la cultura digital
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